BSO La Mula
por on Diciembre 31, 2013 en Prensa

Transcurridos más de tres años de la finalización de su rodaje, parecía que ”La Mula” iba a pasar a mejor vida sin ver la luz en salas comerciales. No es que la temática levantara a priori gran expectación, ya que estamos ante otra historia más sobre la Guerra Civil esta vez vista desde el Bando Nacional (más no exenta de los clásicos tópicos del género). Lo que sucede es que los tortuosos sucesos que rodearon la postproducción del filme, acabaron por convertirse en auténticos reclamos de marketing para una cinta que, en lo puramente cinematográfico, flaquea por los cuatro costados. El otrora interesante Michael Radford (”El Cartero y Pablo Neruda”) no llegaría a terminar el rodaje, abandonando su puesto en la dirección y desencadenando una auténtica guerra judicial abanderada por la productora Gheko Films. La guinda la pondría la querella interpuesta contra la anterior Ministra de Cultura, a causa de una conducta obstruccionista que supuestamente escondía tintes de censura. Demasiado ruido para un filme cuyo estreno desbloqueó el actual Gobierno y que finalmente pasó con más pena que gloria por los -pocos- cines que apostaron por su proyección.

Surcando este mar de despropósitos y perjudicado sin duda por la ausencia de un cineasta que condujera sus pasos, el alicantino Óscar Navarro se esmera en construir un disfrutable discurso musical que a la postre le otorga, por méritos propios, una dignísima carta de presentación en la primera línea del panorama audiovisual español. Recién llegado al largometraje tras varios cortos y un prolífico currículum en música de concierto, Navarro parece hacer buenas las enseñanzas de sus tutores al otro lado del Atlántico (recibió clases de Joel McNeely, Michael Giacchino o Christopher Young, entre otros), ofreciendo una camaleónica composición en la que lo autóctono y lo tradicional se dan la mano en torno a un elegante y trabajado discurso sinfónico, ejecutado con esmero por la Kiev Symphony Orchestra bajo la batuta del propio compositor.

Navarro planifica el score con un objetivo claro de sacrificio y sometimiento a la trama, lo que explica no solo la multitud de bloques compuestos (quizás demasiados, todo sea dicho), sino la diversidad de registros ofertados por el autor. El desencanto y la pérdida de la inocencia del protagonista ante el sinsentido bélico, marcarán un omnipresente tono bucólico reflejado en la orquestación a través de un color que otorga especial relevancia a los solos de cuerda y madera. Tono íntimo éste en el que además se integran con cierta soltura numerosos apuntes de cariz cómico y dramático, así como ligeros trazos románticos que acaban por conformar un singular lienzo musical, cohesionado en todo momento alrededor de un notable tema central que oiremos en su versión íntegra en “Historia de Amor”. Aunque realmente se trate del bloque de los títulos finales (de ahí su intensidad épica), el corte resulta una magnífica obertura discográfica que identifica al momento la melodía que aparecerá con insistencia a lo largo y ancho del score, moldeada y armonizada por el autor con el objetivo de acercarla a las distintas caras del relato (la melancólica versión de “Planes de Futuro” o la religiosidad de “El Obispo”).

Lejos de acomodarse en el plano monotemático, el compositor otorga gran importancia a otros motivos musicales como bien pudiera ser el escuchado en “El Tocadiscos”. Impregnado en su orquestación de los lógicos referentes étnicos hispanos (que Navarro ya había tenido oportunidad de explorar de algún modo en su obra concertista “Hispania”), el corte esconde en realidad otro de los temas centrales del score, una suerte de radiante pasodoble que se presenta al espectador en funciones diegéticas para posteriormente transformarse en una idea recurrente de énfasis cómico (especialmente afortunado es su uso en la escena de la alocada escapada en pleno frente de la mula protagonista). En este contexto del siempre delicado terreno de lo humorístico, la verdad es que Navarro gana enteros y sale más o menos airoso hasta en aquellos fragmentos de mayor intencionalidad bufa, que dibuja con ese pincel tan convencional como eficaz del sonido de la tuba (“El Regalo Del Señorito“, “Día de Campo”). Sin abandonar todavía este discurso de comicidad, el alicantino se permite incluso en “¡Viva Castro!” la licencia de homenajear uno de los temas principales más memorables de la historia del celuloide, el compuesto por Elmer Bernstein para ”La Gran Evasión”.

La parte final del score, aquella en donde el dramatismo aparece de forma más expresa, es sin embargo la más rutinaria y desdibujada del conjunto. Coincidiendo con la transformación definitiva del personaje de Mario Casas (el desamor y la muerte han borrado su inicial inocencia), Navarro prepara al espectador para una conclusión agridulce que focaliza en el extenso “Gran Final”, un corte llamado a redondear la partitura pero que a la postre acaba por dejar un tanto frío al oyente. El solo de violín se erige en un manido recurso de soledad e introspección, mientras que la guitarra de Juan Cerro y el lamento de la voz flamenca de Victoria Cava intentan insuflar fuerza a un bloque que acaba por perderse en lo funcional, sin que ello obste para reconocer su correcta simbología en su comunión con las imágenes.

Lo cierto es que frente a la exigua distribución del filme y su efímero paso por las taquillas nacionales, amén de los defectos propios de la película (al desafortunado montaje hay que sumar la excesividad de bloques musicales), es justo reconocer la labor del sello Kronos al rescatar y ofertar a los aficionados una partitura honesta y -gratamente- alejada de los cánones actuales. Mejorable y entretenida a partes iguales, “La Mula” se aproxima a esa ópera prima que todo debutante querría tener en su currículum, y Óscar Navarro ya puede presumir de tenerla. Veremos de lo que es capaz a partir de ahora el músico alicantino.

Fuente: Score MagazineL

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